María y Pepe tenían un hogar, donde pasaban las horas y las sonrisas, donde en ausencia de uno sonaban los suspiros del otro. Un hogar con aroma a tarta de manzana y canela. Un lugar con ventanas a las colinas, en el que observar la lluvia y escuchar el aullar del viento.
María tenía un hogar, y un sofá sobre el que planeaban viajes y recordaban momentos.
María tenía un sofá.
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